Con el acelerado avance del conocimiento se esperaba la expansión de la conciencia y el elevamiento espiritual. Pero contra toda lógica, gran parte del mundo ha quedado marginado del proceso evolutivo y está acudiendo al extremismo político o religioso bajo el concepto de: “si no entiendo lo que pasa, tengo que destruirlo”. El pensamiento ludita va del brazo de poderosos influyentes que apoyan a los ignorantes en vez de tratar de levantarlos a un nivel superior. Alvin Toffler previno en “El Shock del Futuro” (1970) diciendo: “En los escasos años que nos separan del Siglo 21, millones de personas corrientes, psicológicamente normales, sufrirán una brusca colisión con el futuro”.
El término shock del futuro, en su forma más simple fue definido por Toffler como “demasiado cambio en un periodo muy corto de tiempo”. Actualmente cada diez años se duplica todo el saber acumulado por la humanidad desde el comienzo de la historia y a menos que uno esté muy bien informado, pasa con facilidad a la categoría de ignorante.
Según el visionario autor la comunidad está atravesando por un gigantesco cambio estructural, la revolución de una “sociedad industrial” a una “sociedad súper industrial” o también denominada “sociedad cibernética”. Esta metamorfosis sobrepasa para muchos su capacidad de asimilación de los acontecimientos, donde la acelerada transformación tecnológica y social los deja desconectados de la realidad sufriendo un resquebrajamiento interior, desorientación y estrés. Shockeados por el futuro. Muchos de los problemas actuales son producto de este cambio que Toffler después apuntó, era el corolario de la “sobrecarga de información”, refiriéndose a que hay demasiados conocimientos para tomar una decisión o para mantenerse constantemente al tanto acerca de algún asunto.
No hay vestigio alguno que indique que este ritmo de crecimiento erudito deje de darse mañana. Algunos creemos que nada debería hacerse al respecto ya que es parte natural del adelanto humano y resultado lógico del crecimiento del mercado informativo sumado al desarrollo tecnológico. Pero hay otros que buscan demolerlo. Ya sucedió en el pasado con el ignorante Hitler, que ordenó quemar todos los libros de Alemania. ¿Cuántos Einstein, Freud, Salk, Bohr, existían entre los seis millones de judíos asesinados? ¿Cuánto se atrasó el mundo con la aniquilación de esos seres pensantes, cultos, innovadores y creativos?
Subjetivamente la sobrecarga informativa al ser mayor que la habilidad de absorción de la población, produce tensión y desconcierto, con el nefasto resultado de disminución en el rendimiento intelectual y toma de decisiones con absoluta falta de criterio. Históricamente mayor saber es buena cosa, sin embargo, al mismo tiempo que la tecnología ha aumentado la capacidad de acumulación de conocimiento, la aptitud para procesarlo no avanzó al mismo paso. Los encargados de decidir no pueden aprehender toda la información existente, deben pasar más tiempo que en el pasado estudiando y actualizándose, reduciendo su posibilidad de acción. Sorpresivamente la “Era de la Informática”, que fue definida como algo que solo puede traer beneficios, se está tornando en un problema, porque aquellos que no entienden lo que pasa, al verse a la vera de la corriente futurista sin estar preparados para los desafíos de la modernidad, se vuelven pasionales e irracionales con ánimos destructivos similares a los nazis.
Los radicales están forjando una corriente de ignorancia, violencia y desquiciamiento global que está llevando a todos al extremismo. Cuando no hay entendimiento con quienes viven en una etapa evolutiva inferior, la confrontación rabiosa es casi inevitable. Las sociedades primitivas no comprenden de razones, su único argumento es la agresión belicosa. Si el mundo logra admitir que la propuesta de los rezagados es acabar con la civilización occidental, existen acciones que pueden ser tomadas para evitar el colapso de la cultura más avanzada que jamás existió. Aunque estas medidas defensivas deban ser aplicadas por la fuerza, que es el único idioma que reconocen los enemigos de la inteligencia