Este juego está basado en una antigua mitología persa para dar vida a las grandes batallas del héroe mitológico, Garshasp, contra los malvados monstruos de las antiguas tierras. Juega como el mismo Garshasp, el hombre más fuerte la mitología persa, en un viaje para reclamar el legendario mazo de sus ancestros que fue robado por los Deevs. Un viaje para descubrir los misterios ocultos más importantes. La mecánica principal del juego gira entorno al combate cuerpo a cuerpo, las plataformas y la exploración.

Como novedad, dependiendo de la elección realizada, nuestra aventura empezará de una forma u otra, lo que de nuevo ahonda en ese elevado componente de rejugabilidad. No en vano, empezar la aventura como un guerrero implicará realizar tareas propias de este arquetipo, relacionándonos con personajes distintos a los que conoceremos encarnando a un hechicero, por ejemplo. Por otro lado, también en esta secuela se añade la opción de elegir, en algunos casos, el sexo de nuestro avatar, lo que no pone solución a uno de los principales defectos del original: el escaso nivel de personalización de nuestro personaje a nivel estético. Y es que aunque se han ampliado un poco las opciones, Drakensang continúa estando muy lejos de otros referentes del género.

La variedad de arquetipos que podremos crear en el juego es realmente elevada, modificándose considerablemente la forma de avanzar en la partida según las decisiones tomadas a la hora de dar vida a nuestro héroe.Realizadas las elecciones pertinentes, nos adentraremos una vez más en el mundo de Aventuria varios años antes de los acontecimientos narrados en el título original, ofreciéndonos un interesantísimo argumento que nos mantendrá en vilo hasta el final de la partida. En este sentido, el juego se muestra algo lineal en el desarrollo de los acontecimientos, residiendo toda la libertad en la personalización de nuestro héroe y el resto de acompañantes que le seguirán a lo largo de su periplo. Aquí, como apuntábamos líneas más atrás, el grado de personalización resulta espectacular, no ya sólo en lo que respecta al inventario y la cantidad de objetos que localizaremos en nuestra aventura, sino principalmente a la hora de repartir los puntos de habilidad. Éstos, como es habitual, los obtendremos eliminando a los enemigos o cumpliendo las diversas tareas, principales u opcionales, que acometeremos a lo largo del juego.

Con una interfaz de usuario que recuerda muchísimo a las hojas de papel que cualquier aficionado al rol ha rellenado en mil y una ocasiones, en River of Time vamos a tener una enorme número de parámetros a modificar durante toda la partida, pudiendo repartir los puntos con una libertad tan elevada que al final, las malas decisiones, darán forma a un personaje poco equilibrado y, por tanto, nada apto para superar los desafíos más complicados del juego, que los hay. Coraje, destreza, fuerza, constitución, agilidad, inteligencia… son sólo algunos de los campos que podremos modificar durante el juego, dando como resultado que la vitalidad, la resistencia, la capacidad de bloqueo, puntería, etc., de nuestro avatar vaya tomando un camino u otro.

Damien ha roto su sello que le desterraba en otro plano de la realidad, regresando para controlar las mentes de las criaturas más poderosas y extrañas del mundo: “Los Caballeros Dragón”, quienes han desatado la destrucción y la muerte.

Damien vuelve para vengarse de la humanidad. Con los dragones del lado del mal y el Divino asesinado, son los jóvenes de Rivellon los que deben deshacerse de ellos, convirtiéndose en “Matadragones”. Encarna a uno de ellos y deshazte de una vez por todas del Maldito.

Divinity 2: Ego Draconis te devuelve al mundo de Rivellon, un mundo eterno impresionante pleno de magia destrozado por las sucesivas guerras apocalípticas. Lo que las gentes de paz que habitan esta tierra hicieron para merecer esta terrible calamidad, no lo pueden ni relatar los dioses, pero como diría cualquiera de los señores de la guerra, el tiempo para las preguntas se desvanece cuando el Señor del Caos está esclavizando a tus familiares, quemando tus ciudades y sembrando sal en unas tierras que otrora fueron fértiles. Por segunda vez consecutiva esta encarnación del mal regreso de la dimensión infernal para teñir el oscurecido cielo de la sangre de los valerosos y por segunda vez los defensores de Rivellon no darían marcha atrás a pesar de las atroces pérdidas. A pesar de ello la victoria no les aliviaba, puesto que sabían que algún día el Demonio regresaría.

Ya de vuelta, más pronto de lo esperado, porque, como ocurre en estos casos, el mal habitada dentro de ellos: los humanos, leales a las Hordas Demoníacas, buscaron no sólo asegurarse del retorno del maestro oscuro, sino que intentaron otorgar a su demoníaca forma un aspecto humano, por lo que más que venir para destruir la tierra de Rivellon llegaría para gobernarla. Este grupo, conocido como el Anillo Negro, era partidario de conseguir su objetivo y sin duda habrían tenido éxito sino fuera por la incansable vigilancia del afamado hechicero Zandarlor y la asombrosa fe del aventurero Lucian. Éste, guiado por las fuerzas del bien, se expuso a los siniestros esquemas del Anillo Negro y cuando llegó la ocasión se sometió por voluntad propia a un tenebroso ritual que le infundió los poderes de los dioses. El Divino había nacido.

Abandonando los sombríos cuerpos al despertar, el avatar de la luz siguió al enemigo hacia su fortaleza, enclavado en lo más profundo de los vastos desiertos de Yuthul Gor, donde acechó a los enemigos y asesinó a cada miembro anciano del Anillo Negro hasta que finalmente, él y su diabólico líder, el Demonio de las Mentiras, se encontraron cara a cara. Este le sonrió y le dejo que era demasiado tarde: la transmutación estaba casi completada y el Señor del Caos caminaría sobre la tierra de nuevo. De hecho, tras él, en un enorme altar yacía un recién nacido, bajo una apariencia de inocencia subyacía un alma totalmente corrupta. La espada de Divine acabó con el demonio, pero a pesar de estar cerca de poner fin a la enorme plaga que asolaría Rivellon y que le obligaría a rendirse, no pudo acabar con el niño.